A mí no me consuela nadie

Javier Ortiz Cassiani

Hace años años, en una parranda en casa de Frank Patiño en Cartagena de Indias, varios de los concurrentes, quienes si acaso podían ubicar a Valledupar en un mapa, gritaban a rabiar la canción Ausencia sentimental de Rafael Manjarrez. Desde un rincón de la sala, algo fastidiado por lo que consideraba una especie de usurpación de la nostalgia, y presumiendo mi condición de vallenato, dije con sorna: “estos ni siquiera conocen Valledupar y se quieren reventar la garganta cantando esa canción”. Mi amigo el filósofo Vladimir Urueta me respondió desde su silla con paciencia de rastafari: “yo veo que tú no conoces la Gran Manzana y te emocionas con Un verano en Nueva York”.

Me tomé cinco segundos, traté de olvidarme de las notas del acordeón del Pangue Maestre que revoloteaban en ambiente de alcohol y cigarrillo y recreé en mi mente la portentosa voz de Andy Montañez con el Gran Combo de Puerto Rico: “Si te quieres divertir con encanto y con primor, sólo tienes que vivir un verano en Nueva York (…) te levantan de rodillas tus amigos caprichosos…”. Después de eso, un tanto apenado,  sólo atiné a decir: “nojoda negro me jodiste”.

Contrario a lo que dice Rafael Manjarrez en la mencionada canción hay cosas que aunque no se viven sí se saben, o por lo menos se intuyen. Conozco personas que sin haberse nunca bañado en las frías aguas del río Guatapurí se saben de memoria por la letra de las canciones vallenatas la cartografía de la ciudad. Pueden hablar con asombrosa familiaridad del Colegio Loperena, la calle del Cesar, Cinco esquinas, la casa de Hernando Molina, el balneario Hurtado, los barrios Cañaguate y Novalito, el mango de la Plaza Alfonso López, y hasta de la fama de los gallos de pelea de Darío Pavajeau. Hay quienes, incluso, extrañan el sabor nunca probado de la chiricana o los dulces de la vieja Minta Monsalvo, porque aprendieron a saborearlos con la canción Nació mi poesía de Fernando Dangond Castro.

Recuerdo que cuando compartí un pequeño apartamento con John Junieles en el barrio Lo Amador, su posesión más preciada, aparte de los libros, era un póster de la ciudad de Nueva York de noche. En ocasiones, en medio de los tragos miraba la fotografía fijamente y hablaba de los callejones de Brooklyn y de Manhattan como si conociera incluso a cada uno de los gatos que por la noche ronroneaban y escarbaban en los botes de basura. Varios años después tuvo la oportunidad de conocer Nueva York pero estoy seguro que se quedó con la imagen de la ciudad que le dejaron las películas de Woody Allen, los relatos de Capote y las crónicas de Talese.

Si yo sentía emoción y nostalgia por Un verano en Nueva York que nunca he vivido, mis amigos tenían todo el derecho a extrañar de la mano de la canción de Rafael Manjarrez un Festival Vallenato al que nunca habían asistido, y sentir que su alma, para los días del Festival, se encontraba en aquella ciudad donde jamás habían estado.

Nací en Valledupar y por supuesto fui desde muy niño al Festival de la Leyenda Vallenata. Tengo, sin embargo, una especie de nostalgia trasnochada por el Festival. Desde 1991, fecha en que dejé de vivir en la ciudad, y a pesar de que suelo ir a Valledupar con cierta frecuencia, no he podido asistir más al evento. En aquella ocasión el favorito de la multitud para consagrarse como rey vallenato profesional era el acordeonero Juancho Rois. Fascinado con una fanaticada que lo ovacionaba a rabiar, y que agitaba conejos y correas en el aire como ratificación de sus apodos más celebrados, Juancho se olvidó de los cánones ortodoxos en la ejecución de la música de acordeón y se regodeó en las innovadoras notas de su más reciente trabajo discográfico con Diomedes Díaz. El ganador sería Julián Rojas, un sanandresano desconocido en el mundo de la música vallenata, a quien Juancho Rois le prestó el acordeón con el que tocó el día de la final.

El primer recuerdo que tengo de Festival Vallenato es la figura de Alfredo Gutiérrez con una camisa roja y un pantalón blanco saludando desde la tarima Francisco El Hombre. Tendría escasos ochos años y mi padre me llevó caminando desde las calles pedregosas del barrio Los Fundadores -la pavimentación urbana no era la bandera que agitaban los políticos de turno- hasta la plaza Alfonso López. Guardo en mi mente con la misma nitidez que recuerdo el color fucsia intenso del algodón de azúcar que se ofrecía en la plaza, la final del concurso de rey de reyes de 1987. La primera convocatoria de todos los ganadores de las anteriores versiones del Festival estuvo envuelta en una atmosfera de controversia. Se rumoraba en los callejones del centro de Valledupar y en los corrillos de las esquinas de los barrios de la ciudad que la final estaba arreglada a favor de Colacho Mendoza.

El día de la final ocurrió uno de los incidentes más dramáticos en la historia del Festival. Alejo Durán, el primer rey vallenato, el negro que se comía todas las notas y a todas luces el preferido de la afición, se equivocó en la ejecución de la canción Pedazo de acordeón. No habían transcurrido veinte segundos de iniciada la melodía cuando Alejo paró de tocar. La plaza enmudeció. Durán extendió los brazos hacia los lados en señal de finalización y pronunció con sus voz de trueno las siguientes palabras: “Pueblo, yo mismo me ha acabado de descalificar”. La plaza estalló en un simultaneo grito de negación. Alejo dio la espalda, se descolgó el acordeón con la ayuda de un asistente, y contrariado, agitando su mano derecha trataba de explicar a un jurado desconcertado su error.

Quienes saben algo de la cuestión dicen que oprimió las teclas que no eran y dio una nota equivocada. Los más excelsos señalan que confundió los bajos de la hilera central (do mayor) con los de la primera hilera (sol mayor), de modo que al abrir el fuelle del acordeón sonó re mayor (dominante de sol mayor), acorde que se escuchó extraño al oído. Fuera de tecnicismo musicales, sus seguidores incondicionales se encargarían de expandir como la verdolaga la versión de que Alejo Durán se había equivocado a propósito pues sabía que el ganador sería Colacho Mendoza. Como para aumentar el áurea mítica que desde siempre envolvió su figura agregaban que Alejo quiso evitar con su autodescalificación los desordenes que podía armar el pueblo vallenato inconforme con la inminente elección de Mendoza.

Lo cierto es que minutos antes de la decisión del jurado, como nunca en la historia del Festival, la plaza Alfonso López fue acordonada por una inusitada cantidad de  efectivos del ejército nacional. Jaime Pérez Parody, el presentador oficial, anunció el fallo casi desde una trinchera y una vez pronunció el nombre de Nicolás Elías Mendoza como rey de reyes, soltó el micrófono y salió en carreras a refugiarse debajo de la tarima Francisco El Hombre. La multitud arrojó hacia la tarima todo lo que tenía a la mano, y por primera vez en mi vida escuché el sonido seco, como un cuerda de cuero curtido azotada contra el aire, de varios disparos de fusil que hizo al aire un soldado a escasos dos metros de donde yo estaba. Corrí despavorido esquivando mesas de frito y ventas de raspao y me detuve como a siete cuadras de la plaza respirando por la boca y con las piernas temblorosas como quien acaba de salir de una faena de sexo de pie.

Mientras que Colacho Mendoza tuvo que ser protegido por la policía, Alejo Durán fue sacado en hombros de la plaza Alfonso López por una multitud enardecida. Los desordenes no fueron mayores, pero el resto del año fue el comentario obligado de los catedráticos de pretil de los barrios. El rumor, la forma de justicia más efectiva de los desvalidos, hizo su aparición. No pasó mucho tiempo para que se comentara en todo Valledupar que en Planeta Rica habían recibido a Alejo como un héroe y que las autoridades del pueblo le otorgaron una corona mucho más grande y más bonita que la que ostentó en su cabeza calva Colacho Mendoza.

Al regreso de las vacaciones de mitad de año en el Colegio Upar donde cursaba el bachillerato, Ariel Serna, un compañero de estudios oriundo de El Paso, Cesar, -la tierra donde había nacido Alejo- se encargó de regar en los corrillos que se armaban a la hora del recreo, que también en El Paso el alcalde de turno homenajeo a Alejo con una corona. Los más atrevidos, los que convierten los rumores en una colcha de retazos añadiéndole nuevos fragmentos, afirmaban que era de oro macizo traído de las minas del Chocó y que el alcalde de El Paso suministró una escolta policial a Alejo para evitar la codicia de los asaltantes en el camino de regreso a Planeta Rica.

……..

Por mucho tiempo disfruté del festival sin importarme qué se cocinaba al calor del whisky en las parrandas del callejón de la Purrututú. No sabía, y tampoco le importaba a mi mente de niño y de adolescente del barrio Los Fundadores, quién era la polla Monsalvo, ni los nombres de los miembros de la junta. Sabía de Consuelo Araujo porque era imposible no verla para esos días desfilando por las calles del centro de la ciudad enfundada en un colorido vestido de pilonera mayor o escucharla en su programa de radio en el que con la misma devoción con la que habla de la política local, daba consejos a madres desesperadas sobre cómo combatir las epidemias de piojos. Como todos los chicos de los barrios de Valledupar tenía mi manera de acercarme al Festival.

Luego la llamada ciudad sorpresa Caribe comenzó a crecer y con ella el Festival. El palo de mango dejaría de ser la medida para determinar el éxito o fracaso de quienes se presentaban en la plaza y se requirió de la construcción de nuevos escenarios. Al compás de un paramilitarismo rampante y de familias metidas en la parapolítica, el Festival fue creciendo. Con el crecimiento y la internacionalización llegaría el encarecimiento de los espectáculos y progresivamente el evento se fue alejando de los habitantes de las barriadas de Valledupar y del Caribe. Cada vez es más difícil la imagen de un niño de barrio aferrado a su padre viendo desde la distancia a un acordeonero de camisa roja y pantalón blanco.

Desde la ventana de este apartamento en un cuarto piso al sur de la Ciudad de México veo a la distancia los volcanes nevados Popocatepetl e Iztaccíhuatl. Yo recuerdo la vista mañanera de los picos de la Sierra Nevada desde Valledupar y se me escapa un suspiro hondo, como el que sale de los fuelles del acordeón en busca de las notas musicales. Resignado, en este monstruo de 25 millones de habitantes, sólo atino a pensar como Leandro Díaz: “a mí no me consuela nadie”.

México D.F. Mayo de 2011

Acerca de Frank Patiño

Escritor y periodista.
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12 respuestas a A mí no me consuela nadie

  1. Mi Doctor Javier, desde la calurosa, insoportable, inolvidable y siempre querida Cartagena le mando un abrazo fraternal felicitándolo por tan maravillosa crónica de amigos fanáticos del elixir de las botellas, yo tengo el lujo de conocer su maravillosa ciudad, el Guatapurí, Hurtado, el mango de la plaza que lleva por nombre, un nombre innombrable por mí, la iglesia que está al costado de la plaza, el Río Cesar que en el Puente Salguero lo ve uno arrastrar las masas de hielo de la Sierra Nevada, pero no me he bañado al lado de la Sirena.

  2. Elida Ferrer Ortiz dijo:

    Estoy muy orgullosa de ti… Eres ejemplo de disciplina, constancia, templanza y dedicación, todos te extrañamos mucho,
    Valledupar, la Plaza Alfonso López y todos nosotros te esperamos con los brazos abiertos.

  3. manuel david salas ortiz dijo:

    tío se te olvido decir que el año de 1991 nació tu sobrino manuel david salas ortiz que tanto te quiere….

  4. hilozoista dijo:

    Mi estimado siempre es bueno saber de ud y la forma tan buena de expresar lo que todos sentimos al momento de alejarnos del terruño, se le quiere de gratis,abrazos…! SABAS…!

  5. hilozoista dijo:

    Compañero desde el pueblo le mando un abrazo inmenso, muy buena forma de describir todo lo que se siente al estar lejos de todo aquello que nos hace sentir mejor, se le quiere de gratis hermano…! Sabas…!

  6. He leído dos crónicas suyas y las considero excelentes, que dios le dé mucha vida para que alegre por mucho tiempo a sus lectores.

  7. erick dijo:

    Tío, te felicito.. tus escritos me llenan de conocimiento y ayudan a enriquecer los míos que aún no comparto con nadie, eres una persona muy talentosa y para la muestra todos tus triunfos. Te quiere mucho tu sobrino Erick Ortiz

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